¡Estaba a punto de caerse! Los pedales giraban frenéticamente, y sus manos sudorosas apretaban los frenos con todas sus fuerzas. Matías sentía cómo sus piernas temblaban mientras trataba de mantener el equilibrio en su bicicleta nueva. “¡Voy a caerme!”, pensó, con el corazón latiendo a toda prisa.
De repente, su abuelo Santiago apareció como por arte de magia, con una sonrisa tranquilizadora en el rostro.
—¡Tranquilo, Matías! —dijo el abuelo, colocando suavemente una mano en el manillar de la bicicleta para estabilizarlo—. Todos nos caemos al principio. Lo importante es levantarse y volver a intentarlo.
Días antes, Matías había recibido la bicicleta como regalo de cumpleaños. Había soñado con este momento durante meses, imaginándose pedaleando libremente por el parque junto a sus amigos. Pero ahora, enfrentado a la realidad de aprender a montar, el miedo lo paralizaba.
Esa misma tarde, Matías y su abuelo Santiago se sentaron en el porche de la casa. El abuelo, siempre lleno de paciencia y sabiduría, comenzó a contar historias de su propia infancia.
—¿Sabías que yo también tuve miedo cuando aprendí a andar en bicicleta? —dijo Santiago, mientras sostenía una taza de té caliente—. Me caí muchas veces, pero con cada caída aprendía algo nuevo.
Matías lo miraba con ojos grandes, llenos de curiosidad. Santiago continuó:
—Recuerdo una vez, cuando tenía tu edad, que me caí rodando por una colina muy empinada. Me raspé las rodillas y las manos. Quise rendirme, pero mi papá, tu bisabuelo, me dio este casco especial. —Santiago sacó un casco antiguo y desgastado de una caja—. Me dijo que este casco tenía un poder mágico: el poder del coraje.
—¿De verdad? —preguntó Matías, con sus ojos brillando de emoción.
—Claro que sí —respondió Santiago, colocándole el casco en la cabeza—. Este casco me ayudó a recordar que era valiente. Cada vez que me lo ponía, me sentía más fuerte y capaz de enfrentar mis miedos.
Matías acarició el casco, sintiendo cómo el coraje parecía fluir a través de él.
Durante las siguientes semanas, Matías y su abuelo salieron todos los días a practicar. Cada vez que Matías se caía, Santiago estaba allí para ayudarlo a levantarse y animarlo a seguir intentándolo.
—Recuerda, Matías —decía Santiago—, cada caída es una oportunidad para aprender algo nuevo. No importa cuántas veces caigas, sino cuántas veces te levantas.
Matías empezó a entender el significado de las palabras de su abuelo. Hubo días en que quería rendirse, como aquella vez en la que, justo antes de lograr mantener el equilibrio, una piedra lo hizo perder el control y caer al suelo. Santiago se apresuró a ayudarlo a levantarse, mirándolo con empatía.
—Lo sé, duele —dijo Santiago—. Pero cada vez que caes, estás un paso más cerca de conseguirlo.
Poco a poco, los miedos de Matías se desvanecieron. Aprendió a equilibrar su cuerpo, a mirar hacia adelante y a confiar en sí mismo. Empezó a sentir la emoción de cada pequeño logro, como cuando consiguió avanzar sin tambalearse por primera vez.
Finalmente, llegó el día de la gran prueba. Era una mañana soleada, y el parque estaba lleno de niños y familias. Matías se sentía nervioso, pero también emocionado. Se puso el casco mágico y respiró profundamente, recordando las palabras de su abuelo.
—Hoy es el gran día, Matías —le dijo Santiago, dándole una palmada en el hombro—. Estoy muy orgulloso de ti. Recuerda todo lo que has aprendido y, sobre todo, diviértete.
Matías subió a su bicicleta y empezó a pedalear. Al principio, tambaleó un poco, pero pronto encontró su ritmo. La confianza que había ganado con cada caída y cada vez que se levantaba se reflejaba en su rostro concentrado.
De repente, se encontró frente a una pequeña colina. “¿Y si me caigo de nuevo?”, pensó, pero la voz de su abuelo resonó en su mente: “El poder del coraje está dentro de ti”.
Matías apretó los dientes y pedaleó con todas sus fuerzas. Subió la colina y, al llegar a la cima, sintió una oleada de triunfo. Bajó rápidamente, con el viento en su rostro y una sensación de libertad llenándole el corazón. Se ría de alegría, dejando que el miedo se fuera con cada pedaleada.
Al llegar al final del parque, sus amigos lo esperaban con aplausos y vítores. Matías se detuvo, con el pecho hinchado de orgullo y una gran sonrisa en el rostro. Se quitó el casco y miró a su abuelo, que le sonreía desde la distancia.
—¡Lo hice, abuelo! —gritó Matías, corriendo hacia Santiago y abrazándolo con fuerza.
—Sabía que podías hacerlo, campeón —respondió Santiago, con los ojos llenos de lágrimas de felicidad—. Has demostrado una gran valentía y perseverancia. Estoy muy orgulloso de ti.
Matías pasó el resto del día montando en bicicleta con sus amigos, disfrutando de la libertad y la alegría de haber superado su miedo. Cada vez que miraba el casco, recordaba las valiosas lecciones de su abuelo y sabía que, con coraje y determinación, podía enfrentar cualquier desafío que la vida le presentara.
Y así, mientras el sol se ponía tras los árboles del parque, Matías y su abuelo se sentaron en la hierba, viendo cómo el día terminaba.
—¿Sabes algo, abuelo? —dijo Matías, mirando el casco—. Creo que el casco mágico siempre estuvo aquí dentro —señaló su corazón—. ¡Pero me alegra que me lo prestaras!
Santiago sonrió y abrazó a Matías con ternura.
—Y siempre estará, campeón. Siempre estará.