“El miedo no desaparece, pero aprendes a caminar con él.”
El despertador vibró con su zumbido habitual. Miguel lo apagó sin mirar y se quedó un momento en la cama, con los ojos fijos en el techo. La luz del amanecer se filtraba por las cortinas mal cerradas, proyectando líneas irregulares en las paredes desnudas.
Finalmente, se levantó, arrastrando los pies hasta el baño, donde el agua fría lo ayudó a espantar el sueño. El café negro que preparó después era lo único que lo mantenía funcional.
En el metro, rodeado de rostros vacíos y miradas perdidas, pensó en lo monótono que era todo.
Llegar a la oficina, saludar al guardia con un gesto mecánico, subir al ascensor apretujado y sentarse frente a la pantalla. Otro día de hojas de cálculo, correos y reuniones que no le importaban. Todo era funcional, correcto, pero desprovisto de vida.
Al final de la tarde, mientras archivaba unos documentos, su celular vibró sobre el escritorio. Lo tomó con indiferencia, pero al leer el mensaje, algo cambió en su expresión.
“Miguel, soy Raúl. Hace tiempo que no hablamos, pero tenía que contarte esto. Dejé mi trabajo. Abrí un café. Es lo más difícil que he hecho, pero nunca me he sentido tan vivo. ¿Tomamos un café pronto?”
Miguel leyó el mensaje varias veces. Se apoyó en la silla, dejando el celular sobre la mesa.
Raúl, el amigo más metódico que tenía, había hecho algo que él ni siquiera se atrevía a imaginar. La admiración lo invadió, pero junto a ella apareció un nudo incómodo en el pecho
Esa noche, acostado en su cama, los recuerdos lo asaltaron: las conversaciones universitarias, los sueños compartidos. Raúl siempre decía que quería algo propio, y él quería escribir. Pero la vida los había llevado por caminos muy diferentes.
Por la mañana, mientras esperaba el ascensor, un pensamiento cruzó su mente. “¿Y si yo también pudiera?” Pero enseguida, como si fuera un reflejo, apareció la barrera de siempre. ¿Y si fracaso? ¿Qué haré si no funciona?
Esa tarde, al llegar a casa, Miguel encendió la computadora. Su corazón latía rápido mientras buscaba talleres de escritura en su ciudad.
Revisó varias opciones hasta que encontró una que comenzaba la semana siguiente. Cuando finalmente presionó el botón de inscripción, sintió una mezcla de miedo y emoción. Cerró la computadora de golpe y respiró hondo. Había dado un paso, aunque fuera pequeño.
El día del taller, Miguel llegó temprano. Había varias personas conversando, pero él se sentó en silencio en una esquina.
El instructor, un hombre de cabello desordenado y lentes grandes, los miró con una sonrisa.
—Hoy escribiremos sobre un cambio significativo en sus vidas —dijo mientras caminaba por la sala—. No importa si es perfecto. Solo déjense llevar.
Miguel sintió un vacío en el estómago. Un cambio… ¿Cuál? Su vida había sido un río de rutinas, sin grandes giros.
Cerró los ojos y pensó en sus años de estudiante, cuando escribir lo hacía sentir vivo.
Miguel miró la hoja en blanco, apretando el bolígrafo como si fuera un salvavidas. Al principio, trazó unas líneas inseguras, tachando más de lo que escribía. Pero, poco a poco, las palabras comenzaron a fluir, formando frases que se encadenaban como suspiros liberadores.
Cuando terminó de escribir, dejó el bolígrafo sobre la mesa y soltó un largo respiro, como si hubiera descargado un peso invisible que llevaba años cargando..
Esa noche, de regreso a casa, notó que la ciudad se veía diferente. Había algo en las luces, en las sombras, que parecía moverse con más propósito. “Quizás era yo,” pensó.
Los días que siguieron no fueron fáciles. Las dudas y el miedo lo visitaban cada noche. “Esto no tiene sentido. No eres bueno. Solo estás perdiendo tiempo.” Una noche, después de una clase particularmente difícil, tomó el teléfono y llamó a Raúl.
—No sé qué estoy haciendo —dijo Miguel, con un hilo de voz—. Siento que no soy lo suficientemente bueno.
—Escúchame, Miguel. Yo también tuve miedo. El miedo no se va, pero tampoco significa que debas detenerte. Lo importante no es no sentirlo, sino avanzar con él.
Esa conversación quedó grabada en su mente. Miguel comenzó a escribir más, dedicando cada noche a sus historias.
Miguel revisaba sus relatos con el ceño fruncido. Las frases se tambaleaban, las ideas parecían tropezar unas con otras, pero había algo en ellas, una chispa que le hacía seguir escribiendo.
Durante una sesión en el taller, leyó en voz alta su última historia. Su voz temblaba, pero las palabras resonaban con una intensidad inesperada.
Cuando terminó, el instructor lo miró por un momento, inclinando ligeramente la cabeza antes de decir con una sonrisa.
—Tienes una habilidad especial para conectar con las emociones. Sigue escribiendo.
Fue el impulso que necesitaba.
Compartió uno de sus relatos en un foro en línea, y aunque estaba nervioso, los comentarios positivos lo llenaron de energía. Poco a poco, el miedo dejó de ser un enemigo y se convirtió en un compañero.
Cada pequeño logro —desde terminar un relato hasta recibir una crítica constructiva— lo convencía de que estaba en el camino correcto.
Un lunes por la mañana, después de meses de preparación, Miguel escribió su carta de renuncia. Sus manos temblaban mientras la imprimía, pero al entregarla, sintió que algo dentro de él se liberaba. Había decidido apostar por su pasión.
En los meses siguientes, dedicó todo su tiempo a construir un blog de escritura. Había días buenos y días llenos de incertidumbre, pero cada paso lo acercaba más a esa vida que siempre había soñado.
Un año después, Miguel se sentó en una cafetería con Raúl. Ambos reían mientras compartían historias de sus respectivos viajes.
Antes de despedirse, Miguel miró por la ventana hacia un puente cercano. Era una estructura imponente, que conectaba dos partes de la ciudad. “El miedo fue mi puente”, pensó.
Sacó su laptop y escribió una frase que resumía su transformación.
“El miedo no desaparece, pero aprendí a caminar con él.” Cerró la computadora y se levantó. Era momento de cruzar otro puente.
¿Y tú?
¿Hay un puente que necesitas cruzar en tu vida? Tal vez sientas miedo, y está bien. El miedo no es un muro que te detiene, es un puente hacia algo mejor. Atrévete a dar el primer paso.
Lee también: Miedos y transformación interior: Descubre quién eres en realidad