“Superar el miedo a la oscuridad es abrir la puerta a un mundo lleno de estrellas, sueños y posibilidades infinitas”.
Pedrito era un niño de cabello castaño y ojos grandes como platos. Le encantaba jugar al escondite con su perro Toby, construir fuertes con mantas y almohadas, y escuchar las historias fantásticas que le contaba su abuelo antes de dormir. Pero tenía un secreto: le aterraba la oscuridad.
Cuando el sol se despedía con sus últimos rayos naranjas y la luna aparecía tímidamente entre las nubes, un escalofrío recorría su espalda. Las sombras en su habitación parecían transformarse en monstruos, los susurros del viento en las ventanas sonaban como voces extrañas, y cada crujido de la casa le hacía temblar bajo las sábanas.
Una noche, mientras se acurrucaba junto a Toby, la luz de la luna dibujó una figura en la pared. Parecía un anciano de larga barba blanca y una túnica brillante, como si estuviera hecho de polvo de estrellas. Pedrito, con el corazón latiendo a mil por hora, se cubrió la cabeza con la manta.
—No tengas miedo, pequeño —dijo una voz suave y profunda.
Pedrito asomó un ojo por encima de la sábana y vio que la figura había cobrado vida. El anciano sonreía con amabilidad.
—¿Quién eres? —preguntó Pedrito, con un hilo de voz.
—Soy el Guardián de las Estrellas —respondió el anciano—. He venido a ayudarte a vencer tu miedo a la oscuridad.
Intrigado, Pedrito salió de su escondite.
—¿Cómo harás eso? —preguntó.
—Ven conmigo —dijo el Guardián, extendiendo su mano.
Pedrito tomó valor y aceptó. En ese instante, se encontró flotando en el aire. Juntos salieron por la ventana, surcando el cielo nocturno como dos cometas.
—Mira a tu alrededor, Pedrito —dijo el Guardián—. La oscuridad no es algo que temer; es un lienzo donde las estrellas pueden brillar con más intensidad.
El niño miró con asombro. Miles de estrellas brillaban como diamantes. La luna plateada iluminaba el camino. La Vía Láctea se extendía como un río de luz.
—Cada estrella tiene una historia que contar —continuó el Guardián—. Y es gracias a la oscuridad que pueden compartir su luz.
El anciano señaló constelaciones con formas de animales, héroes y dioses, narrando leyendas sobre ellas.
Le explicó que la oscuridad era esencial. Permitía que las luciérnagas encendieran sus linternas, que los búhos cazaran con su visión nocturna y que las personas descansaran y soñaran.
Volaron a través de la noche, visitando lugares mágicos.
En un bosque encantado, las hadas danzaban entre los árboles. En un lago cristalino, las sirenas cantaban melodías hipnotizantes. Y en una cueva secreta, los duendes custodiaban sus tesoros.
Pedrito descubrió que la oscuridad era un espacio lleno de maravillas, no de miedo.
Cuando regresaron a su habitación, el Guardián le sonrió.
—Recuerda, Pedrito, la oscuridad no es tu enemiga. Es una amiga que te invita a descubrir la magia que esconde.
Pedrito despertó con los primeros rayos del sol. Al principio pensó que todo había sido un sueño. Pero en su mesita de noche encontró una pequeña estrella de cristal que brillaba suavemente.
Era un regalo del Guardián, un recordatorio de que la oscuridad no debía asustarle, sino inspirarle.
Desde esa noche, Pedrito dejó de temer a la oscuridad. Al apagar la luz, imaginaba las historias de las estrellas. Soñaba con las aventuras con el Guardián y los lugares mágicos que había visitado.
La oscuridad se convirtió en su aliada. Era un espacio para soñar, imaginar y descubrir la luz que siempre había brillado dentro de él.
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