El poder de una decisión

“Cada decisión, por pequeña que sea, puede transformar tu día.”

El despertador sonó con insistencia. Marcos presionó el botón y se cubrió la cabeza con la almohada. Se sentía agotado. Había tenido una semana difícil en el trabajo, su jefe lo presionaba más de lo normal y la lista de facturas sin pagar crecía. Pero, a pesar de su agotamiento, sabía que no podía quedarse en la cama para siempre. Con un suspiro resignado, se incorporó lentamente, intentando sacudirse la pesadez de la mañana.

Se arrastró fuera de las sábanas y se preparó a toda prisa. Luego de tomar las llaves del coche, salió de casa sin siquiera desayunar. Apenas había recorrido unas cuadras cuando el motor del auto comenzó a hacer un ruido extraño.

—No ahora… por favor —susurró, con los nudillos blancos sobre el volante.

El coche tosió dos veces y se detuvo. Marcos apoyó la cabeza contra el asiento y cerró los ojos. Sintió la frustración en su garganta.

—¿Por qué a mí? —murmuró, golpeando el volante.

Sacó su teléfono para llamar a la grúa, pero la batería estaba muerta. Resopló y salió del coche, pateando una piedra del camino.

—¿Necesitas ayuda?

Marcos levantó la vista. Un hombre mayor, con ropa sencilla y una gorra de béisbol desgastada, lo miraba con una sonrisa amable.

—No sé qué le pasó, simplemente dejó de andar —respondió con fastidio.

El anciano asintió y se agachó para revisar el motor.

—Podría ser la batería o una manguera suelta. ¿Tienes herramientas?

Marcos negó con la cabeza y cruzó los brazos.

—Hoy no es mi día.

El hombre se incorporó y se sacudió las manos.

El día será lo que tú decidas que sea.

Marcos lo miró con escepticismo.

—¿Y qué se supone que haga?

—Llama a un taxi, camina un poco, respira… La vida sigue.

Marcos suspiró. No tenía otra opción. Se alejó del coche y comenzó a caminar en dirección a la avenida. Aunque todavía se sentía molesto, con cada paso que daba, su enojo se iba calmando. Recordó las palabras del anciano y decidió probar: aceptaría la situación y la manejaría de la mejor manera posible.

Después de unos minutos, llegó a una parada de autobús. Se apoyó contra el poste y sacó su teléfono. Lo encendió con la poca batería que quedaba y llamó a su jefe.

—Señor Ramírez, lamento avisarle que voy a llegar tarde.

—Marcos, es la tercera vez esta semana. Si sigues así, voy a tener que tomar medidas.

El tono seco del jefe solía alterarlo, pero en ese momento, algo en él se sentía diferente.

—Lo entiendo. Mi coche se descompuso y estoy en camino. Llegaré lo antes posible.

Hubo un breve silencio.

—Bien, apúrate.

Marcos colgó y suspiró. Normalmente, esa conversación lo habría dejado de mal humor todo el día. Pero en esta ocasión, solo se encogió de hombros.

El autobús llegó y subió. El conductor, un hombre robusto con bigote, le sonrió.

—¡Buenos días, joven!

—Buenos días —respondió Marcos, sorprendiéndose a sí mismo.

Se sentó junto a la ventana y miró a su alrededor. Una niña pequeña jugaba con la cremallera de su mochila mientras su madre le acariciaba el cabello. Un anciano leía un libro con atención. Una pareja reía en el fondo.

Fue en ese momento cuando, mientras observaba a su alrededor, algo hizo clic en su mente: la vida seguía su curso, con sus pequeños momentos de alegría y rutina que antes pasaban desapercibidos para él. Su coche roto no era el fin del mundo.

Al llegar al trabajo, en lugar de entrar con cara de fastidio, respiró profundo y cruzó la puerta con calma. Su jefe levantó la vista al verlo.

—Por fin. Vamos, tenemos una reunión.

Marcos asintió y se unió al equipo. Durante la junta, en vez de quejarse por los nuevos proyectos o el estrés, escuchó con atención. Cuando llegó su turno de hablar, propuso ideas con seguridad.

Al salir, su compañera Laura lo alcanzó.

—¿Qué te pasó hoy? —preguntó, con una sonrisa.

—¿Por qué?

—Te ves diferente. Más tranquilo.

Marcos se quedó pensando.

—Supongo que… decidí que no quería arruinarme el día por algo que no podía cambiar.

Laura asintió.

—Eso es algo que deberíamos hacer todos.

Cuando regresó a su escritorio, encontró un sobre encima de su computadora. Su corazón se aceleró. Lo abrió con cuidado y leyó la nota dentro.

“Debes presentarte en Recursos Humanos a las 3 p.m. para hablar sobre tu rendimiento”.

En ese instante, un nudo se formó en su estómago. ¿Lo iban a despedir? La tranquilidad que había sentido hasta ese momento comenzó a desmoronarse.

Respiró hondo. Si había aprendido algo esa mañana, era que no podía controlar lo que pasaba, pero sí cómo reaccionaba.

A las 3 en punto, entró a la oficina de Recursos Humanos con la cabeza en alto y una determinación renovada. Se encontró con la gerente, una mujer de expresión seria, pero justa, quien lo invitó a sentarse.

—Marcos, hemos estado evaluando tu rendimiento en las últimas semanas —comenzó ella, entrelazando las manos sobre el escritorio—. De hecho, hemos considerado tu nombre para un ascenso, pero tu actitud y falta de compromiso nos hicieron dudar.

El corazón de Marcos latió con fuerza. Se preparó para escuchar lo peor.

—Sin embargo —continuó la gerente—, lo que hemos visto hoy nos ha hecho reconsiderarlo. Tu actitud ha sido diferente, más enfocada y proactiva. Queremos ver si este cambio es genuino y sostenible. Si logras mantener esta nueva actitud, la decisión final dependerá de ti.

Marcos asintió, sintiendo un renovado sentido de propósito. Por primera vez en mucho tiempo, entendió que no todo estaba en contra suya, sino que su propia mentalidad podía abrirle o cerrarle puertas.

—Agradezco la oportunidad —dijo con sinceridad—. No los defraudaré.

La gerente sonrió levemente.

—Eso esperamos, Marcos. Ahora, vuelve al trabajo y demuéstralo.

Marcos se puso de pie con más confianza. Al salir de la oficina, sintió que algo dentro de él había cambiado. Por primera vez en mucho tiempo, tenía claro que su futuro dependía de él y de las decisiones que tomara día a día.

Regresó a su escritorio y se sumergió en su trabajo con nueva energía. Cada correo respondido, cada tarea realizada, cada interacción con sus compañeros se sintió diferente. Estaba decidido a demostrar que el cambio no era solo momentáneo, sino el inicio de una nueva etapa.

Al finalizar el día, mientras recogía sus cosas, Laura se acercó de nuevo.

—Se nota que algo cambió en ti —comentó con una sonrisa.

Marcos asintió.

—Hoy entendí que la forma en que veo las cosas determina mi camino. Y que cada decisión, por pequeña que sea, puede cambiar mi vida.

Laura sonrió.

—Me alegra escucharlo. Nos vemos mañana.

Marcos salió de la oficina con una sensación de satisfacción. Sabía que el verdadero desafío sería mantener esa actitud todos los días, pero esta vez estaba dispuesto a enfrentarlo.

Terminada la jornada, mientras caminaba hacia la parada del autobús, notó el cielo despejado y una brisa fresca que acariciaba su rostro. Respiró hondo y sonrió. Hoy había tomado una decisión, y esa decisión lo había llevado a un nuevo comienzo.

“No puedes controlar lo que sucede, pero sí cómo eliges reaccionar”.

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