Borrico y el Misterioso Cepillo de Dientes

Borrico era un burro muy curioso que vivía en una granja. Siempre le encantaba explorar todos los rincones del granero, sobre todo aquellos donde nadie iba. Un día, mientras olfateaba entre unas cajas viejas, encontró algo muy raro: un palito de colores con pelos suaves en un extremo.

Borrico descubre un cepillo de dientes

—¡Qué cosa tan extraña! —pensó. Era un cepillo de dientes, aunque él no lo sabía. Lo olfateó, lo mordisqueó y lo miró de arriba a abajo.

—¿Para qué servirá esto? —murmuró mientras arrugaba la nariz.

Sin saber qué hacer, decidió esconderlo entre la paja de su cama.

—Lo investigaré más tarde —se dijo.

Luego, mientras descansaba junto a la ventana de la casa, vio algo que lo dejó sorprendido: los niños del granjero tenían en sus manos unos palitos iguales al suyo. ¡Y se los pasaban por los dientes! De sus bocas salía una espuma blanca y divertida.

—¡Ajá! —exclamó Borrico emocionado—. ¡Ya sé para qué sirve!

Corrió a buscar su tesoro. Con entusiasmo, lo agarró con la boca y trató de copiar los movimientos de los niños. Sin embargo, al principio no le salió nada bien. Se puso el cepillo al revés y terminó golpeándose las encías con el mango.

—¡Ay, ay, ay! —rebuznó, mientras se frotaba la boca con la pata.

Aunque le dolió, Borrico era muy terco, y no se rindió. Probó una vez más… y otra… ¡hasta que por fin lo logró!

Desde ese día, Borrico desarrolló un nuevo hábito: se cepillaba los dientes todas las mañanas y todas las noches. Bajaba al abrevadero, se miraba en el agua y, con mucho cuidado, se frotaba los dientes.

—¡Qué limpio y fresco se siente! —pensaba, mientras movía las orejas de felicidad.

La nueva rutina de Borrico inspira a los animales

Los demás animales lo miraban con curiosidad. Margarita, la vaca, no podía parar de reír.

—¡Muuu, qué burro tan raro! —decía entre carcajadas, mientras un chorrito de leche salía de su nariz—. ¡Los burros no se cepillan los dientes!

Por otro lado, Lola, la cabra, se acercó intrigada.

—¿Qué es eso que haces, Borrico? —preguntó—. Se ve divertido.

Día tras día, todos comenzaron a notar algo increíble: los dientes de Borrico brillaban como perlas.

Un día, el granjero vio a Borrico con el cepillo en la boca.

—¡Ese es mi cepillo de dientes! —gritó.

Corrió hacia él, se lo quitó y, muy serio, dijo:

—Esto no es para burros.

Borrico bajó la cabeza, triste. Esa noche no pudo dormir. Extrañaba mucho la sensación del cepillo en su boca y el frescor que sentía después.

Al día siguiente, sus amigos lo vieron muy desanimado.

—¿Qué te pasa, Borrico? —le preguntó Lola.

Con un suspiro, Borrico les contó lo que había pasado.

—¡No te preocupes, amigo! —dijo Margarita con una gran sonrisa—. ¡Nosotros te ayudaremos!

Sin perder tiempo, los animales buscaron por toda la granja. Margarita encontró una rama con pelitos suaves, Lola la mordisqueó hasta que quedó más blanda, y Manolo, el cerdo, la dobló con su hocico hasta que quedó perfecta.

—¡Mira lo que hicimos para ti, Borrico! —dijeron todos emocionados—. ¡Un cepillo nuevo!

Borrico no podía creerlo. Aunque era diferente, funcionaba igual de bien.

—¡Es incluso mejor! —exclamó feliz—. ¡Porque lo hicieron ustedes!

A partir de entonces, Borrico siguió cepillándose con su nuevo cepillo. Además, sus amigos empezaron a cuidar sus dientes también. Margarita usaba una ramita, Lola una pluma, y Manolo se las arreglaba con una hoja grande. Cuando el granjero los vio, no pudo contener la risa.

—Eres un burro único, Borrico —dijo, mientras le daba unas palmaditas en el lomo.

Con el tiempo, la historia de Borrico se hizo famosa. Mucha gente visitaba la granja para ver al burro con los dientes más limpios del mundo. Borrico sonreía orgulloso y enseñaba a todos que con esfuerzo y trabajo en equipo, ¡todo es posible!

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