Tú creas tu realidad

¿Qué pasaría si te dijeran que no eres víctima de las circunstancias, sino protagonista de tu propia historia? Que tus pensamientos, tus creencias y tus palabras tienen el poder de transformar tu mundo.
Este relato habla de eso. De cómo una mujer común, en medio de la rutina, el cansancio y las dudas, empieza a mirar su vida desde otro lugar.
A través de conversaciones sencillas, Laura descubre que crear tu realidad no se trata de controlar todo, sino de elegir cómo piensas, cómo sientes y cómo responde ante lo que la vida trae.
Una historia para quienes están listos para mirar hacia adentro y comenzar a elegir distinto.

*****

Laura llegó a la academia con la cara cansada y el mismo moño alto de siempre. Eran las cinco en punto de la tarde y, como cada martes, dejaba a Camila en su clase de baile y se sentaba en la banca junto a la puerta del estudio. No era un mal lugar. Corría un poco de brisa y a veces se escuchaban risas que le devolvían algo de energía. Pero ese día, en particular, lo que más necesitaba era silencio. Había tenido una jornada densa con un cliente exigente y un montón de tareas que se acumulaban sin pausa.

—Hoy sí que vienes arrastrando el mundo, mija —le dijo Belkys apenas la vio.

Laura sonrió con cortesía, pero sin ganas.

—Es que hay días que pesan más que otros.

Belkys, con su termo rosa en la mano y una coleta perfecta, soltó una risita.

—¿Sabes que tú misma decides cuánto pesa tu día?

Laura la miró como quien escucha algo obvio pero irritante. No respondió. Ya conocía ese tono en Belkys. Era el mismo con el que, semanas atrás, le había contado que estaba leyendo unos libros que le estaban cambiando la vida. Que hablaban de cómo uno mismo crea su realidad, que lo que piensas y sientes influye directamente en lo que vives.

—Sí, claro —murmuró Laura, bajando la vista a su celular—. Yo creo mi realidad… entonces, ¿también creé las deudas?

Belkys no se ofendió. Le gustaban esos pequeños desafíos. Bebió un sorbo de su infusión y dijo:

—No digo que hayas querido tener deudas, pero a veces mantenemos pensamientos tan constantes de escasez, de miedo, de “nunca alcanza”, que eso mismo se refleja afuera. El pensamiento es como una orden al universo.

Laura levantó una ceja. Era escéptica, pero una curiosidad inesperada le pedía que siguiera escuchando. No era la primera vez que Belkys soltaba frases así. Y aunque muchas veces parecían frases de libro barato, otras veces… le daban vueltas en la cabeza por horas.

—Yo no creo que todo sea tan sencillo —dijo.

—No lo es. Pero sí es más simple de lo que creemos. Crear tu realidad no es controlarlo todo, es comenzar a elegir lo que piensas.

Y en ese momento, sin quererlo, Laura se quedó pensando en eso.

*****

Durante las semanas siguientes, las conversaciones con Belkys se volvieron parte del ritual de los martes. Mientras las niñas practicaban sus coreografías, ellas hablaban de la vida. Belkys no predicaba. Contaba historias. Como la vez que cambió su forma de hablar del dinero y, meses después, consiguió un aumento inesperado. O cómo dejó de repetir que estaba “cansada todo el tiempo” y, poco a poco, empezó a sentir más energía.

Laura escuchaba. No siempre opinaba. Pero por dentro, algo empezaba a moverse. Como si una idea nueva se filtrara entre las certezas que había cargado durante años. Al principio solo lo notaba en detalles. Por ejemplo, cuando evitaba quejarse automáticamente por el tráfico o por lo mal que dormía. Luego se dio cuenta de que, sin proponérselo del todo, comenzó a preguntarse si sus pensamientos tenían más poder del que creía.

Una noche, mientras lavaba los platos, recordó algo que Belkys había dicho con total tranquilidad: “Si tú no eliges lo que piensas, alguien más lo hace por ti”. Esa frase la hizo detenerse. Pensó en cuántas veces repetía frases que ni siquiera eran suyas: “la vida es dura”, “hay que conformarse”, “es lo que hay”. ¿Cuántas de esas ideas venían de su madre, de sus exparejas, de jefes, de televisión?

Esa noche fue distinta. En vez de revisar el celular antes de dormir, se quedó en silencio, tranquila. Percibía que por dentro se estaba activando una nueva forma de ver. No entendía todavía el rumbo, pero sí la dirección.

El martes siguiente, mientras Belkys hablaba, Laura le interrumpió suavemente:

—¿Y si empiezo a cambiar una cosa? Solo una. Elegir una frase diferente para las mañanas.

Belkys sonrió como si ya lo hubiera sabido.

—Empieza por ahí. Es más que suficiente.

*****

Laura comenzó con una frase simple: “Hoy me abro a lo bueno”. Al principio no le sonaba natural, pero había algo en su sonido que le daba calma. La repetía mientras se lavaba la cara o servía el café.

No ocurrieron grandes eventos al principio, pero sí notó que se detenía más a observar cómo reaccionaba ante lo cotidiano. Cuando su jefa fue cortante, respiró profundo y respondió con serenidad.

Cuando Camila olvidó hacer su tarea, eligió hablar desde la calma. No fue perfecto; sin embargo, fue diferente.

—Creo que estoy empezando a cambiar —le dijo a Belkys una tarde, mientras esperaban en la misma banca de siempre.

—No estás empezando. Ya cambiaste —le respondió con suavidad.

Laura bajó la mirada, un poco sorprendida de reconocer que se sentía en paz. Aunque no todo estaba en su lugar, ella comenzaba a sentirse más clara, más dueña de lo que pensaba y decía.

Semanas después, le llegó una propuesta inesperada: un antiguo cliente la recomendó para un trabajo mejor pagado y con horario flexible. Su primera reacción fue dudar. Pero se detuvo. Repitió mentalmente su frase y aceptó la entrevista. No sabía cuál sería el resultado, pero se sentía capaz y lista para dar el paso.

Ese martes, al salir de la academia, Laura se detuvo un segundo antes de arrancar el carro. Miró por el retrovisor y sonrió. Si bien algunas cosas seguían en proceso, ella estaba descubriendo que cada día traía la oportunidad de elegir distinto. Y eso también era crear su realidad.

*****

Desde ese día, Laura convirtió sus frases en ritual. Tenía una para los lunes, otra para los días difíciles, otra para cuando se sentía fuerte. No se trataba de repetir palabras vacías, sino de elegir pensamientos que la ayudaran a enfocarse en lo que quería, en vez de lo que temía.

Una mañana, mientras servía el desayuno, notó que Camila la observaba en silencio.

—¿Mamá, por qué dices esas frases en voz alta?

Laura sonrió.

—Porque me ayudan a empezar el día con claridad. Es como recordarme lo que quiero vivir.

Camila asintió, pensativa. Minutos después, mientras se amarraba las zapatillas, murmuró una frase corta, inventada por ella. “Hoy voy a dar lo mejor en mi clase”.

Laura la escuchó desde la cocina. No dijo nada. Se quedó quieta, mirando cómo Camila se ajustaba los cordones con una sonrisa leve en los labios. Sintió un calor suave en el pecho, como cuando una canción te recuerda algo bueno. Cerró los ojos por un instante y respiró hondo, como si quisiera guardar ese momento en algún lugar seguro.

Las conversaciones con Belkys continuaban cada semana. Ya no eran lecciones, sino intercambios. Laura también compartía sus propias reflexiones, sus pequeñas victorias, sus dudas. Se había convertido en una mujer que escuchaba y que también tenía algo que decir.

Un día, mientras regresaba a casa, pensó en todo lo que había cambiado. Los cambios no hicieron ruido, pero sí raíz. El trabajo, la relación con su hija, incluso la forma en que se hablaba a sí misma.

Y al mirar por la ventana, sintió dentro de sí una frase distinta a todas las anteriores:

“Estoy creando una vida en la que me reconozco”.

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